El Delfín llegó a mi vida cuando estaba por cumplir mis cinco años. Cuentan el Inventor y la Tejedora que guíe su nombre sobre la tierra.
De pequeña al Delfín le costaba amigarse con el agua. Prefería la tierra o el barro. Aún resuenan en mi cabeza sus berrinches a la hora del baño. El Delfín y yo fuimos compinches desde pequeñas. Cada fin de semana cruzaba de mi cama hacia su cuna de madera y me ponía a jugar con ella. Mis intenciones realmente eran despertar al Delfín y en consecuencia a toda la familia cuando ella empezara a gritar, pero poco a poco dedujo mis intenciones y llegó un momento en que no gritaba. Se despertaba y juntas jugábamos en la cuna con sus peluches, hasta nos complotamos para despertar a Tofú. Y es que a ninguna de las dos le gustaba mucho dormir. El Delfín siempre fue un ser libre e independiente. Subida en su bicicleta podía entretenerse horas y horas sola sin necesidad de nadie más. El Delfín bien podría haber sido también una ardilla. Inquieta, un poco desconfiada, con un estómago profundo, pero flaca como un palillo. Pero elegí llamarla Delfín. Y no sólo por su amor hacia el agua.
Es que el Delfín es la más inteligente de las mosqueteras. Ella todo lo sabe, y si no lo sabe, busca la manera de aprenderlo.
Ama el aire y hacer piruetas. Aunque aparenta ser sociable, disfruta enteramente de los momentos a solas. En su bolso siempre encontrarás un libro, papel y lápiz, por si se aburre en algún evento socialmente obligatorio.
El Delfín no disimula su desagrado. Y no soporta callarse las injusticias, algo que tiene en común con las demás mosqueteras.
Con Tofú y el Inventor su relación ha sido compleja, ellos son de ciencias y ella de arte. ¡Qué bello es su arte! Sin embargo, se parece más a ellos de lo que soporta admitir. Es la más independiente de la familia.
El Delfín disfruta pasar tiempo con la Tejedora. Quizás porque a ambas les gusta el silencio y en él se hacen compañía.
El Delfín siempre va a mi lado. Ella me rescata cuando me estoy ahogando. Nuestro lenguaje es único y no necesita de palabras.
Ver al Delfín volar o nadar es hipnotizante. Ella no se siente bonita, y es que no puede verse cuando vuela.
Su sonrisa tímida es honesta. Al igual que el Inventor sólo sonríe cuando así su corazón de verdad lo siente.
El Delfín huele a Paraíso. La llegada de la primavera la hace florecer tímidamente. Con sus faldas y pelo dorado, sus pasos ligeros parecen hacerla flotar. Camina erguida y decidida, aunque por dentro carga cientos de heridas.
No es fácil acercarse a ella, no le gusta hablar de sí misma. El Delfín me enseñó sobre persistencia, sobre lo enteramente valioso que es tomar fuerzas después de una fuerte caída.
Ella a veces me invita a sostenerme de su aleta, mientras me lleva a través de sus pasiones.
El Delfín ama el mar casi tanto como la montaña.
Junto a ella recorrí miles de kilómetros y escuché las más bellas melodías. Describir al Delfín en realidad no es tarea fácil. Su personalidad es algo así como una obra del gran Gaudí: alegre y colorida por fuera, pero de gran complejidad en su interior. Hay que observarla detalladamente para conocer sus facetas más profundas.
La flaca es valiente y con solo una sonrisa puede salvarte el día. El Delfín es un bellísimo caos, algo así como un garabato(s).
Tengo la suerte de ir caminando por la vida con ella de mi mano, porque es sabido que a su lado todo se transforma.