El Inventor tiene la media sonrisa igual a la del Juez. Ambos son físicamente parecidos y espiritualmente diferente, o al menos eso quiso demostrar exteriormente el Inventor. Para verlo sonreír hay que también mirar sus ojos. No dejes que su boca te engañe, pues le gusta mucho hacer morisquetas.
Como imaginarán a estas alturas el Inventor es hijo del Juez, pero también del Búho. Comparte sus días con la Tejedora desde hace más de tres décadas y juntos criaron a las mosqueteras.
El inventor es un hombre de ciencias. Le gustan las motos y crear constantemente cosas nuevas. Él necesita saber el porqué de cada suceso o elemento que se cruza en su camino. Le gusta expresarse con gestos. Necesita estar ahí y solucionar hasta lo imposible.
Cada mosquetera tiene su historia con el Inventor, por eso hoy sólo me centraré en la mía, que tal vez un poco es la de todas.
El Inventor no puede quedarse afuera. Nació para crear y servir a quien lo necesita. Por eso es hijo del Búho y del Juez.
Quizás sea por eso que ahora, pese a estar en la flor de su edad, al crecer sus mosqueteras y dejar de tener que ocuparse de su supervivencia le cuesta tanto inventar para sí mismo.
Siempre inventó soluciones, arregló muñecos rotos, construyó maquetas, trasladó animales, condujo cientos de kilómetros sólo al servicio de las mosqueteras.
Pero hoy ellas se valen por sí mismas. Y el Inventor parece sentirse inútil.
El Inventor no es perfecto, nadie lo es. Cometió muchos errores durante su vida. Pero se esfuerza cada día en remediarlos. Tal vez demasiado esfuerzo realiza, además de haber pedido perdón.
Mi adolescencia con el Inventor fue complicada. En mi camino al querer imitar al Juez chocaba a diario con el Inventor. Me gustaba discutir con él, al igual que él de joven lo hacía con el Juez.
El Inventor tiene un corazón de oro. Más grande que ningún otro conocido. Junto a la Tejedora se complementan en su día a día.
El inventor disfruta el viajar, conducir en moto y de vez en cuando cocinar para su manada.
El Inventor no ha dejado nunca de estudiar. No puede pasar un día de su vida sin aprender algo nuevo.
El Inventor necesita hacer. Porque si no hace ¿para qué sigue? Lo que el Inventor aún no sabe es que en la calma también se hace. Se hace por uno mismo. Se crea por gusto y no por obligación.
El Inventor me ha enseñado muchas cosas, aunque algunas de ellas las he resistido.
Intentó enseñarme de átomos, iones, protones y funciones. Pero siempre terminábamos discutiendo.
Me enseñó a conducir, aunque al principio nos gritábamos al volante.
También me enseñó a montar en bicicleta, a dejarme llevar por el viento en la cara y el calor en mis piernas al pedalear.
Junto a la Tejedora me enseñaron a valerme por mí misma, tal vez demasiado.
El Inventor me enseñó sobre tecnología y también sobre ideologías. Terminé pensando algo diferente quizás a lo que él creía. Pero siempre respeto e incentivó cada creación y decisión que realicé.
Al Inventor le cuesta mirar de lejos. Le cuesta mucho pedir ayuda. El Inventor necesita poder con todo.
Él busca llegar aún más lejos. Le preocupa irse del plano físico sin dejar un legado. Ojalá el Inventor se viera como lo veo. De pequeña era mi super héroe, me gusta llamarlo "papá", pero al crecer lo desmitifique. Y siento que eso le dolió. El necesita ser el héroe de la Tejedora, del Juez, del Búho, de las abejas y de las Mosqueteras. Por eso, por muy enojado que esté, siempre sale al rescate. El Inventor aún no ve que su legado está en su esencia. Que no necesita servir más que a su propio ser. Porque ya es hora de disfrutar de todo lo conseguido y creado.
Ojalá el Inventor dejara de luchar por no parecerse al Juez, y comience pronto a verse como lo que es: Un creador, no un servidor. Y es que, aunque a menudo no se diga, al crear se sirve.