El repique de las agujas al chocar entre sí indican que has entrado en su refugio. No importa la época del año en la que se encuentre la Tejedora siempre tiene hilo y lanas en sus manos. A veces decide cambiarlo por un rastrillo y una pala y es cuando se transforma en La Jardinera.
Si la ves de lejos quizás no te detengas en su aspecto. Y es que su cuerpo chiquito y flaco disimulan su coraje interno.
La Tejedora nació del Jacarandá. Aunque nunca se llevó muy bien con él. Es hija también del Doctor, de quien poco sabemos pero mucho imaginamos. Poco habla de sus antepasados. Del pasado elige traer al presente aquellos buenos recuerdos. Poco le importan ya los errores y temores que minaron su camino. Al fin y al cabo hasta la hicieron más fuerte y decidida.
La Tejedora elije muy bien a quién dejar entrar en su guarida. Su selección de amigos es escasa pero profunda.
A la Tejedora no le importa el qué dirán. O tal vez simplemente decide a quien escuchar. La Tejedora es mediadora. Su carácter fuerte pocos lo conocen. Aunque bien saben las mosqueteras que con ella no hay que meterse. También lo sabe el Inventor, con quien eligió casarse hace décadas atrás.
Creció muy rápido de pequeña. Tuvo que hacerlo a la fuerza. Y por ello al nacer la segunda mosquetera decidió dedicarse a estar con ellas. Nunca le fue fácil pero ella siempre lo hizo parecer muy simple. Siempre atenta a sus pequeñas. Mediando entre ellas y el Inventor.
De adolescente pensaba que era distante. Pero luego entendí que sólo observando desde lejos como lo hacía, podía intervenir y decir siempre lo indicado en el momento justo. La Tejedora busca siempre la forma de convertir lo mundano en bonito, de darle color a la vida. Ya sea con sus lanas o convertida en Jardinera junto a sus flores y piedras de colores.
Siempre al pie del cañón. La Tejedora es una sobreviviente. Peleó muchas batallas y todas las ganó con creces.
Sus lentes ocultan sabiamente las arrugas de sus ojos. Le gusta verse natural y arreglada porque la época de dejarse estar pasó hace tiempo atrás.
La Tejedora ama viajar, subirse a una moto y andar junto al viento. El mar la llama, aunque siempre vivió rodeada de montañas o en grandes ciudades.
Ella disfruta del silencio, de la tranquilidad del hogar cuando todos se van. Temprano en la mañana prepara su café y luego sale a caminar con la excusa de realizar alguna compra necesaria para el día.
Sonríe sinceramente, nunca forzada. Le gusta dar abrazos, aún cuando sean rechazados.
Tiene en claro lo que quiere y quién es. Es una artista de corazón aunque pocos conozcan sus obras. Se jacta de decir que sus mejores obras fueron las mosqueteras. Porque nunca le gustaron los niños, pero siempre fue una leona con las suyas.
La Tejedora siempre está. Aunque a veces resulte imposible que atienda el teléfono. Su presencia en la casa huele a torta recién horneada y café amargo.
No pide nunca nada, aduciendo que lo tiene todo.
Y es que en su ser la Tejedora tiene todo lo necesario para vivir plenamente. Su energía impulsa cada día a su pequeña manada, incluso a la mosquetera más alejada.
Con manos de finos y largos dedos, acuna aún de mayores a sus niñas.
Nunca supe de dónde saca su fuerza, pero imagino que de los placeres diarios y sueños cumplidos.
Siempre a la par, la Tejedora me cuida. No importa cuantas veces me caiga ni cuan mayor me haga. Ella siempre me tiende la mano y me abraza a su pecho.
Con los años la Tejedora aprendió que no tiene que dar explicaciones. Que lo que nunca le gustó, no le gustará ya de mayor.
La Tejedora no hace promesas, salvo aquellas que de seguro cumplirá.
Nunca tuvo mucha paciencia con las personas en general, sólo la justa y necesaria para llevar adelante su pequeña gran familia. Sin embargo su semblante es calmo.
La Tejedora, o como a mi me gusta llamarla a veces, mamá, tiene manos inquietas. Imagino que por eso disfruta del arte de tejer.
No pierde el tiempo intentando complacer a nadie. Ella es lo que es. Y ese es su legado.